He vivido en vano
J. M. Arguedas (1911-1969). Cuatro años después de las mesas redondas organizadas en 1965 por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) –donde se dijo que su novela “Todas las sangres” no era aprovechable sociológicamente–, Arguedas decidió quitarse la vida.
Creo que hoy mi vida ha dejado por entero de tener razón de ser. Destrozado mi hogar por la influencia lenta y progresiva de incompatibilidades entre mi esposa y yo; convencido hoy mismo de la inutilidad o impracticabilidad de formar otro hogar con una joven a quien pido perdón; casi demostrado por dos sabios sociólogos y un economista, también hoy, de que mi libro “Todas las sangres” es negativo para el país, no tengo nada que hacer ya en este mundo.
Mis fuerzas han declinado creo irremediablemente.
Pido perdón a los que me estimaron por cuanto de incorrecto haya podido hacer contra cualquiera, aunque no recuerdo nada de esto. He tratado de vivir para servir a los demás. Me voy o me iré a la tierra en que nací y procuraré morir allí de inmediato. Que me canten en quechua cada cierto tiempo donde quiera se me haya enterrado en Andahuaylas, y aunque los sociólogos tomen a broma este ruego –y con razón– creo que el canto me llegará no sé dónde ni cómo.
Siento algún terror al mismo tiempo que una gran esperanza. Los poderes que dirigen a los países monstruos, especialmente a los Estados Unidos, que, a su vez, disponen del destino de los países pequeños y de toda la gente, serán transformados. Y quizá haya para el hombre en algún tiempo la felicidad. El dolor existirá para hacer posible que la felicidad sea reconocida, vivida y convertida en fuente de infinito y triunfal aliento.
Perdón y adiós. Que Celia y Sybila me perdonen,
José María Arguedas.
(El quechua será inmortal, amigos de esta noche. Y eso no se mastica, solo se habla y se oye).
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