Para el debate
Laicidad
y laicismo
Por Alberto Adrianzén
Hace unos días un
comunicado de la presidenta del Concytec, en el que muestra su preocupación por
la “proliferación de imágenes religiosas” en la institución que imparte las
políticas nacionales en ciencia y tecnología, y en el que recuerda el carácter
laico de nuestro Estado, ha puesto en el tapete, una vez más, el debate sobre
la laicidad de la sociedad y Estado peruanos.
Esta es una vieja polémica que,
hasta ahora, nuestra sociedad y tampoco el Estado han podido zanjar ni aclarar.
Por el contrario, en estos últimos tiempos hemos visto cómo posiciones
religiosas, muchas veces extremistas e integristas, interfieren en la política
nacional y en la vida privada de los ciudadanos, buscando imponer determinadas
ideas religiosas que, más allá de que sean respetables o no, van, justamente,
contra el carácter laico de nuestro Estado.
El miércoles 1 de mayo, el abogado
Reynaldo Bustamante Alarcón, en una nota editorial publicada en El Comercio,
confunde al lector sobre este tema, defendiendo posiciones que, en lugar de
aclarar, más bien esconden posiciones confesionales y conservadoras.
El articulista, mediante un
sofisma que es también una “leguleyada”, intenta contraponer equivocada e
interesadamente “laicidad” con “laicismo” cuando explica que laicidad “es una
garantía de la tolerancia, propia de las sociedades democráticas”, mientras que
laicismo, “en cambio, es la negación de todo contacto religioso, el rechazo de
cualquier argumento o manifestación religiosas…”. Con estas definiciones, que
más parecen una “cantinflada”, Bustamante construye una suerte de muñeco a su
medida para argumentar a favor de un Estado confesional y no laico.
Según el diccionario de la Real
Academia Española (RAE), laicidad es la “condición de laico” y también el
“principio de separación de la sociedad civil y de la sociedad religiosa”,
mientras que laicismo es la “doctrina que defiende la independencia del hombre
o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier
organización o confesión religiosa”. Como se puede observar las definiciones no
son contrapuestas, como pretende o supone Bustamante, sino secuenciales. La
segunda es consecuencia de La Primera.
Bustamante, al fabricar una
contraposición, por lo demás arbitraria y artificial, intenta, en la práctica,
prohibir el laicismo y dejarnos a la “laicidad” como una garantía abstracta que
no se puede ejercer porque atentaría contra la tolerancia. En realidad, la
“laicidad” no es, como él afirma, “la negación de todo contacto religioso”, es,
como hemos señalado, el principio de separación entre sociedad civil y sociedad
religiosa. Por lo tanto la “laicidad” no prohíbe ni tampoco niega “todo
contacto religioso” sino que más bien, al separar el Estado de la religión,
garantiza el respeto y tolerancia de cualquier fe religiosa.
Las creencias religiosas, para
que sean respetadas y toleradas en una sociedad, deben estar ubicadas o
situadas en el ámbito privado. La condición para que ello sea posible es que el
Estado no tenga preferencia ni tampoco opte por una creencia religiosa. En
realidad, el laicismo, antes que una prohibición o una propuesta agnóstica o
atea, como sugiere equivocadamente una sentencia del Tribunal Constitucional
citada por Bustamante, es la garantía de un necesario pluralismo religioso en
una sociedad.
Lo que esconde la propuesta de
Bustamante es un solapado “clericalismo”. Estamos por tanto ante un contrabando
ideológico, porque una cuestión es tener una imagen en nuestro escritorio o
nuestra casa, que es algo privado y respetable, y otra, es instalar imágenes en
espacios públicos donde converge una pluralidad de individuos creyentes de
diversas religiones y no creyentes.
Si para un creyente es una ofensa
quitar una imagen religiosa de un espacio público, para un no creyente o un
evangélico, tenerla puede ser también una ofensa. En ese contexto el espacio
público laico, que no es neutral frente a la diversidad religiosa sino que se
define por aceptar la pluralidad y no “por la negación de todo contacto
religioso”, es la garantía del respeto a esa diversidad y pluralidad de
creencias y no creencias religiosas.
En el Perú, durante mucho tiempo,
los representantes del catolicismo -y ahora de otros credos- han abusado, ya
sea por su masividad, por sus contactos políticos o por otros factores, de una
situación de privilegio. Durante décadas, por ejemplo, las llamadas corrientes
“protestantes” no solo fueron prohibidas, sino también perseguidas. Esto
demuestra una intolerancia que atenta contra el carácter democrático,
pluralista y laico de nuestro Estado. En estos días el sector más conservador
de las diversas religiones nos quiere imponer sus ideas y creencias, definir
nuestro comportamiento en ámbitos privados y hasta, incluso, en la forma en que
debemos ejercer nuestra sexualidad.
Por eso, la decisión de la
presidenta del Concytec, además de valiente, me parece pertinente y correcta,
ya que no solo garantiza la pluralidad religiosa en esa institución estatal,
sino que también actualiza un tema que es necesario debatir públicamente,
especialmente ahora cuando vivimos una ofensiva conservadora de los sectores
más integristas. Finalmente, confieso ser un “creyente” en que el Estado laico
es uno de los componentes esenciales de la democracia moderna. (La Primera)
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