La historia reciente demuestra que la seguridad alimentaria pasa por una adecuada red de distribución de alimentos y mayor sensibilidad de los productores
Los promotores de las semillas genéticamente modificadas o transgénicas libraron esta semana una batalla por el ingreso de estas al Perú. Finalmente –y a tono con el sentir de la población–, la Comisión de Defensa del Consumidor del Congreso aprobó declarar una moratoria de 10 años a tales cultivos. Falta que el pleno ratifique el proyecto, pero es un positivo avance haber retomado esta iniciativa sobre un tema gravitante para la conservación de nuestros ecosistemas y salud de los peruanos.
La norma aprobada recoge las observaciones del ex presidente Alan García y permitirá el ingreso de transgénicos solo para la investigación en laboratorios y ambientes debidamente aislados. Se exceptúa de la moratoria los medicamentos y productos terminados para el consumo directo como la soya y el maíz. Queda pendiente el tema del rotulado para que el consumidor sepa si lo que está consumiendo incluye o no transgénicos, y pueda realizar una compra informada.
Esta semana, también, Patricia Teullet, gerenta general de Cómex, confrontó la defensa de nuestra biodiversidad y diversificación de cultivos orgánicos, promovida por el chef Gastón Acurio. Escribió que no es ningún Steve Jobs y que cree que innovar es usar culantro en vez de perejil. Cuando se desató la polémica Teullet dijo que era una broma. Habría que preguntarse a quién defiende cuando promueve el ingreso de cultivos transgénicos y sostiene que “la esencia de esto es poder aumentar productividad, rendimiento y generar bienestar para la humanidad”.
¿Quién puede mostrar que los transgénicos garantizan la seguridad alimentaria?
La seguridad alimentaria se basa, justamente, en la diversidad de cultivos y no en el monocultivo de soya o maíz, utilizados principalmente para uso forrajero o de biocombustibles. La historia reciente demuestra que la seguridad alimentaria pasa por una adecuada red de distribución de alimentos y mayor sensibilidad de los productores que –como se ha visto alguna vez en nuestro país– son capaces de verter leche a los ríos y quemar toneladas de pollo para mantener estables los precios.
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