“LA AUTORIDAD PÚBLICA ESTÁ EN MANOS DEL SISTEMA FINANCIERO”
Por Eduardo Febbro
¿Vivimos en dictadura o en democracia?
La pregunta
tiene, para el ensayista francés Hervé Kempf, una respuesta sin concesiones:
las sociedades occidentales van camino a la dictadura, los modelos que rigen
hoy a las sociedades democráticas de Occidente son democracias de cartón
pintado que sólo obedecen a un amo: el sistema financiero. Su poder absoluto
por sobre todas las cosas no sólo crea desigualdades abismales entre los
individuos, sino que, también y sobre todo, llevó al planeta a la crisis
ecológica que pone hoy en peligro la permanencia de la especie humana. Esa es
la tesis central del último libro con el cual Hervé Kempf cierra la trilogía
que inició con dos libros famosos: Cómo los ricos destruyen el planeta y Para
salvar el planeta, salir del capitalismo. El libro que cierra este ciclo es,
desde el título, una declaración de guerra contra quienes usan la democracia
para enriquecerse: La oligarquía, ya basta, viva la democracia. El panorama que
describe Hervé Kempf es una exacta radiografía del mundo contemporáneo: los
grandes medios de comunicación están controlados por el capital, los lobbies
secretos deciden sobre el destino de millones de personas por encima de la
voluntad popular expresada en las urnas, la cultura de las finanzas y su
impunidad radical dicta las políticas en contra del bien común. En suma, una
casta de poderosos descompone la democracia al mismo tiempo que destruye el
planeta. Kempf plantea que, para vivir en paz y asumir los desafíos del siglo
XXI, es preciso restaurar la democracia. Ello impone una necesidad: desenmascarar
a la oligarquía para presentarla tal como es, un régimen que apunta a mantener
los privilegios de una casta en detrimento de las urgencias sociales y
ecológicas. El libro de Hervé Kempf reactualiza una idea potente y novedosa,
cuyas primeras formulaciones se remontan a los años ’70: es imposible pensar la
democracia y el futuro de la humanidad si no se incluye a la ecología como
factor de regulación de la misma democracia.
Periodista y autor de los exitosos libros Cómo los ricos destruyen el
planeta y Para salvar el planeta, salir del capitalismo, Kempf acaba de
completar la trilogía con La oligarquía, ya basta, viva la democracia, donde
plantea que las sociedades occidentales van camino a la dictadura y los modelos
que rigen a las sociedades democráticas de Occidente sólo obedecen al sistema
financiero. El papel de la oligarquía. La ecología y las desigualdades.
Lunes, 18 de febrero de 2013
Desde París
–Usted demuestra con innumerables ejemplos cómo el mundo se va deslizando
hacia una suerte de régimen autoritario cuyo único propósito es mantener los
privilegios de una casta, la oligarquía. Ello lo lleva a una conclusión social
y políticamente dramática: el posible fin de la democracia.
–La oligarquía es la definición de un régimen político. La oligarquía es un
concepto inventado por los griegos en los siglos IV y V antes de Cristo. Los
griegos definieron las formas según las cuales las sociedades humanas podían
ser gobernadas: la dictadura, el despotismo, la monarquía, la tiranía, la
democracia, que es el poder del pueblo para el pueblo y por el pueblo, y luego
definieron otra forma de gobierno que es precisamente la oligarquía. La oligarquía
es el poder en manos de pocos. Lo que yo digo entonces es que, al menos en
Europa, estamos deslizándonos hacia la oligarquía. El sistema político actual
hace que un grupo de pocos imponga sus criterios al resto de la sociedad.
–Usted sugiere que estamos en una fase de posdemocracia en la cual, con el
objetivo de mantenerse en el poder, la oligarquía mantiene la ficción
democrática.
–Desde luego. La oligarquía
repite sin descanso que estamos en democracia y que todo es perfecto. Es una
ficción. Hasta los intelectuales se olvidaron del concepto de oligarquía y
contribuyen a alimentar la ficción. Todos los intelectuales en sintonía
ideológica con el capitalismo mantuvieron la idea según la cual sólo existían
dos alternativas: o la democracia o el totalitarismo.
Eso se podía
entender al principio con dos ejemplos: en los años ’30 con Hitler, o en los
años ’50 o ’60 con la Unión Soviética, se podía decir que era preciso
optar entre la democracia y esas dos dictaduras. Pero eso se acabó: desde la
caída del Muro de Berlín en 1989 y el hundimiento de la Unión Soviética pasamos
a otro orden.
Pero los intelectuales que están al servicio del capitalismo persistieron
en la idea según la cual sólo hay dos caminos: o la dictadura o la democracia.
Por eso es importante
que el concepto de oligarquía esté bien presente para entender que,
progresivamente, la democracia nos fue robada.
Los países europeos, y mucho más Estados Unidos, se están deslizando hacia
un régimen oligárquico donde el pueblo ya no tiene más poder. La democracia
europea está enferma, se ha debilitado mucho, y se orienta cada vez más hacia
la oligarquía.
En cambio, Estados Unidos ha
dejado de ser una democracia: es una oligarquía, porque es el dinero el que
determina las orientaciones de las decisiones políticas.
En realidad, la
oligarquía es una democracia que sólo funciona para los oligarcas.
Una vez que se pusieron
de acuerdo entre ellos, imponen las decisiones.
Nuestros sistemas no
pueden llamarse más democracia, porque la potencia financiera detenta un poder
desmedido.
La autoridad pública
está en manos del sistema financiero.
Los poderes públicos
nunca tomarán una decisión que perjudique a los intereses económicos, a los
intereses de la oligarquía financiera.
Debemos aceptar la
idea de que quienes tienen las riendas del poder político del Estado no toman
decisiones en beneficio del interés general. Sus decisiones pueden ir en contra
del interés público.
–Este razonamiento implica que la soberanía popular ha desaparecido, como
idea y como práctica.
–Efectivamente. Ya no hay más soberanía popular. Cuando el pueblo llega a reflexionar, a
discutir y a deliberar en conjunto y toma una decisión, la oligarquía va a
contradecir la decisión popular.
En 2005 hubo en
Europa un gran debate en torno de un referéndum que al final se organizó en
Francia y luego en Irlanda y Holanda sobre un proyecto para un tratado de
Constitución europea. Durante seis meses, la sociedad francesa discutió sobre
ese tema como no lo hacía desde hacía muchos años. Los medios, que expanden la
filosofía capitalista, decían “hay que votar por el sí, hay que votar a favor
del tratado”. Pero el pueblo francés votó “no”. ¿Y qué pasó después? Pues dos
años más tarde los gobiernos de Europa impusieron ese tratado con algunas
modificaciones leves bajo el nombre de Tratado de Lisboa. Hubo entonces una
extraordinaria traición de la voluntad popular. Este ejemplo lo encontramos en
otros lugares. Sin ir más lejos, en 1991, en Argelia, los islamistas ganaron las
elecciones legislativas, pero los militares interrumpieron el proceso con un
golpe de Estado que acarreó una guerra civil espantosa.
Otro ejemplo: en
2005 los palestinos votaron para elegir a sus diputados. Ganó el Hamas. Sin
embargo, todos los Estados, desde Estados Unidos hasta Europa, pasando por
Israel, optaron por marginar al Hamas porque la consideran una organización
terrorista. No se respetó el voto del pueblo palestino.
El pueblo como tal es el corazón de la democracia, es decir, el principio a
partir del cual todos compartimos algo. El pueblo no es usted, Michel o yo, sino todos juntos. Compartimos
algo y debemos tomar una decisión conjunta. Formamos un cuerpo, por eso se dice
“el cuerpo electoral”. Pero lo que lo pasó en Europa en 2005 marca una ruptura
profunda con el pueblo.
–Sin embargo, entre la idea de oligarquía que existía a principios del
siglo XX y ahora también ha habido un corte radical en ese grupo.
–Sí. Hubo una evolución de la oligarquía. Ahora podemos hablar de los
desvíos de la oligarquía impulsada por la propia evolución del capitalismo. En
los últimos treinta años el capitalismo se transformó. Todo empieza en 1980,
cuando Ronald Reagan gana las elecciones presidenciales en Estados Unidos y
Margaret Thatcher llega al poder en Gran Bretaña. A partir de allí no sólo se
plasmó un capitalismo orientado hacia la especulación financiera, sino que
también se produjo una transformación cultural, antropológica. La filosofía
capitalista se expandió con este mensaje: “La sociedad humana no existe”. Para
los capitalistas, la sociedad es una colección de individuos que se encuentran
en una bola y su única misión consiste en sacar un máximo de provecho. Para los
capitalistas, el individuo está separado de los otros, está en permanente
competencia con los demás. En esa visión, lo común no es más el pueblo, sino el
mercado. Por esta razón la gente tiene tantas dificultades para sentirse un
ciudadano que participa en un proceso común a todos. El sistema ha ocultado un
dato: el fenómeno fundamental que se produjo dentro del capitalismo en los
últimos treinta años ha sido el aumento de las desigualdades, en todos los
países, incluidos los países emergentes.
–Estamos en una fase de cruce de crisis. Ya no hay una sino múltiples, y
todas se concentran al mismo tiempo. La respuesta de las oligarquías es
proporcional a la intensidad de las crisis: el autoritarismo y la represión
como respuesta.
–Estamos en un momento muy delicado de la humanidad. La crisis ecológica se
agrava cada vez más y las crisis sociales se acrecientan: Europa, Estados
Unidos, países árabes, China, India. Y frente al incremento de las
protestas populares, la oligarquía tiende a ir hacia una dirección cada vez más
autoritaria, represiva, militar.
Esto es así en
Francia, en Italia, en Inglaterra, en Estados Unidos, en Canadá. En cada uno de
esos países hemos visto el desarrollo impresionante de las tecnologías
policiales (cámaras de vigilancia, ficheros, etc.).
Enfrentamos un peligro doble: no sólo que la democracia se dirija hacia la
oligarquía sino, también, que la oligarquía, el capitalismo, entren en una fase
autoritaria insistiendo en temas como la xenofobia, la inseguridad o la
rivalidad entre las naciones.
La oligarquía no quiere adoptar medidas para paliar la crisis ecológica o
disminuir las desigualdades. No. Lo que la oligarquía quiere es conservar sus
privilegios fundamentales. Es una oligarquía destructora. Creo que no entiende
la gravedad de la situación.
En vez de evolucionar, la oligarquía es cada vez más reaccionaria.
–Hoy hay un elemento nuevo, que será sin dudas determinante: la crisis
ecológica, la crisis climática. Sin embargo, pocos son los que están dispuestos
a asumir los retos.
–Estamos en un momento esencial de la historia humana, por dos razones. En
primer lugar, atravesamos un momento de nuestra historia en el cual la
humanidad llega al límite de la biósfera. La especie humana se expandió y
desarrolló a través del planeta apoyada en una naturaleza que nos parecía
inmensa e inagotable. Pero ahora el conjunto de la especie humana descubre que
el planeta tiene límites y que es preciso encontrar un nuevo equilibrio entre
la actividad y la creatividad humanas y los recursos. Debemos cambiar
de cultura y pasar de la idea según la cual la naturaleza es inagotable a la
realidad de que estamos poniendo en peligro esos recursos. Nos queda por
aprender a economizarlos y utilizarlos con sabiduría y prudencia.
En esto se juega un cambio de cultura.
Lo segundo en importancia está en que nos encontramos en el momento en que
formamos una sociedad humana. Antes éramos como extranjeros los unos con los
otros. Ya no. Incluso si en Río de Janeiro se vive de forma distinta que en
París, Londres o Shanghai, hay muchos elementos comunes que nos llevan a tomar
conciencia de que pertenecemos al mismo mundo. La globalización no sólo compete a la globalización de
la cultura o de la economía, no, también atañe la población humana. Descubrimos que
tenemos intereses comunes.
La problemática de las
oligarquías o de la democracia se juega también en América latina, en Asia y en
Europa. Somos una misma sociedad. Eso es un elemento nuevo en la historia
de la humanidad. Pero esa nueva sociedad debe reescribir, inventar una nueva
forma de vivir con la biósfera y los recursos naturales. Si no llegamos a
hacerlo, esa sociedad humana irá hacia el caos, la competencia y la violencia.
No sólo habrá desorden sino que se detendrá la aventura humana.
–Para usted, no puede haber una renovación de la democracia si no se toma en cuenta la cuestión ecológica.
–La ecología y la democracia son inseparables. Si miramos hacia los años
’70, cuando el movimiento ecologista tomó su impulso, lo hizo con una crítica a
la democracia. La democracia siempre estuvo en el corazón de la ecología. Pero
luego el capitalismo derivó hacia la oligarquía y ya no estamos en una
situación democrática. El capitalismo y la oligarquía empujan siempre hacia el
crecimiento económico. Pero hoy sabemos que ese crecimiento económico acarrea
daños importantes en el medio ambiente. No sabemos tener crecimiento económico
sin destruir el medio ambiente, sin emitir gases con efecto de invernadero, sin
destruir los bosques como en el Amazonas, o sin producir enormes cantidades de
soja como en Argentina, para lo cual se utilizan toneladas de pesticidas. El
crecimiento permite que se olvide la enorme desigualdad que existe. El
crecimiento permite calmar las tensiones sociales. El desarrollo de la
oligarquía, o sea, el delirio de una pequeña cantidad de personas por
enriquecerse de manera colosal, empuja al crecimiento y, al mismo tiempo, a la
destrucción de la naturaleza. Por eso la cuestión democrática es esencial.
Tenemos que llegar a una situación donde podamos discutir y lograr disminuir la
desigualdad y, así, poder redefinir juntos una economía justa que no destruya
el medio ambiente.
–En suma, toda reformulación de la idea y del principio de democracia pasa
por la ecología.
–Efectivamente: es imposible pensar el mundo si nos olvidamos de la
cuestión ecológica. Este tema no es exclusivo de los europeos o los
occidentales, no, es una cuestión mundial. El tema del cambio climático, el
tema del agotamiento de la biodiversidad o de la contaminación son temas
mundiales. Es imposible pensar en la emancipación humana, en la dignidad
humana, en la justicia social, en la evolución hacia una humanidad realizada en
la cual cada persona podrá expresar sus potencialidades en relación con los
otros, en lo concreto, nada de esto puede pensarse si se deja de lado la
naturaleza y la relación con la biósfera. La situación actual es grave a causa
de la crisis ecológica pero también llena de esperanzas. Tenemos diez o veinte
años por delante para organizar la transición y permitir a los jóvenes del
futuro que imaginen una sociedad armoniosa. Si de aquí a 10 años no controlamos
la contaminación, si de aquí a 10 años no logramos impedir la evolución
dictatorial del capitalismo, vamos derecho hacia situaciones muy difíciles.
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