domingo, 1 de febrero de 2009

MARIO VARGAS LLOSA ENTREVISTADO POR EL DIARIO "EL COMERCIO"

Siempre polémicas las opiniones de Mario Vargas Llosa, pero, importantes. Razón por la cual compartimos con ustedes esta interesante cultural y educativa entrevista. I PARTE MARIO VARGAS LLOSA (Fuente "El Comercio" 01-02-2009. Los limeños y su natural chismografía El Comercio publicará 15 obras suyas en edición popular, imagino que esto lo gratifica. Hombre, pues sobre todo porque los libros llegarán a un público grande, que generalmente no va a librerías. Los libros van a salir mucho más baratos, es una manera de promover la lectura masiva. La idea es muy bonita. ¿Cuál de sus libros es el que jala más público? Ah, bueno, esa es una pregunta interesante porque no es el mismo libro en todos los casos. En España, el que más éxito ha tenido es “Pantaleón y las visitadoras”, se reedita constantemente. En el resto del mundo que no es de lengua española, el más vendido es “La tía Julia y el escribidor”. Yo creí siempre que era un libro muy peruano porque las radionovelas que aparecen ahí aluden a una realidad, incluso ni siquiera peruana, sino limeña. Pero ha pasado muy bien las fronteras lingüísticas, creo que es el que tiene más traducciones. Y “Las travesuras de la niña mala” es el que más éxito ha tenido en Inglaterra, en EE.UU. no, lo que para mí es una sorpresa ¿Por qué? Probablemente porque hay un capítulo que ocurre en Inglaterra en la época del “swinging London”. Siempre es algo muy misterioso. Un editor norteamericano me dijo algo que siempre me ha quedado en la memoria: “No hay manera de saber, de anticipar la reacción del público con los libros”. Digamos, si un autor tiene mucho éxito sí, pero nunca sabrás de entrada por qué tiene mucho éxito. Agregó “si eso se supiera, los editores solo publicarían “best sellers””. Ahí todavía hay una libertad extraordinaria de un público que no puede ser manipulado por la publicidad. A veces nos entusiasmamos con un libro, decidimos gastar muchísimo en publicidad y pasa desapercibido. Y a veces ocurre lo contrario. Mira el caso de “El gatopardo”. Creo que es una obra maestra, probablemente la mejor novela que se escribió en Italia en el siglo XX. Bueno, fue rechazada por seis editoriales. El pobre Lampedusa murió creyendo que su libro era un fracaso total. Se publicó después de muerto y se convirtió en el más grande “best seller” de la historia de la novela italiana y luego de 60 años sigue estando entre los más vendidos. En política se puede manipular, incluso en países cultos, pero en literatura no. Esto te da una libertad extraordinaria a la hora de escribir, si no los escritores serían corrompidos, solo harían “best sellers”. ¿Cuando escribe toma en cuenta al lector o lo obvia? Creo que todos los escritores piensan en un lector. Te desdoblas para intentar ver cómo reacciona el lector frente a tu texto. Pero no por razones de éxito o fracaso, sino por razones de credibilidad. Si tú no eres capaz de creer lo que cuentas quiere decir que no estás en la buena línea, que tienes que rehacer, reescribir. Es la parte más fascinante porque es la parte más íntima del trabajo creativo. Se pone en la piel del lector Te duplicas, tú mismo eres el que escribe y el que lee, como si fueras un lector virgen Un travestismo literario Exactamente, es una especie de travestismo. Es difícil explicar por qué, pero yo sé con precisión cuándo no acierto, cuándo aquello que estoy contando no debe ser narrado de esa manera porque no es creíble, porque hay algo que no funciona, un elemento de artificio, de falsedad, que se hace presente y que mata la ilusión. Eso es lo que no permite que viva una historia. Hasta que realmente siento que la ilusión está ahí, que esa es la manera de abordar esa situación. No es un conocimiento racional, es intuitivo. ¿En sus novelas quiere dar algún mensaje o le importa un comino? Un mensaje no, porque si quiero defender o criticar algo muy específico escribo un ensayo o un artículo. Cuando escribes una novela o teatro tratas de trascender la actualidad. Los grandes temas son inactuales y me interesan muchísimo la justicia, la injusticia, la incertidumbre sobre lo que es el hombre, el más allá, la condición humana. Cuando escribo una novela o una obra de teatro, al principio es para mí algo muy misterioso. No sé la historia que quiero contar, sé que tengo una inquietud, un desasosiego respecto de un personaje o de una situación. Pero es algo que no ha ocurrido de manera premeditada y que empieza a crear esa especie de ansiedad que me lleva a tomar notas, a hacer pequeños esquemas, pequeñas trayectorias sin estar seguro de qué voy a escribir. Hasta que de pronto todo eso empieza a ponerse en marcha y empiezo a escribir, pero sin saber al principio a dónde voy. Al inicio siempre voy a tientas. Con algunos libros me ha pasado que he trabajado uno o dos años sin tener claro cuál iba a ser la historia final. Eso me ocurrió con “Conversación en La Catedral”. ¿Y eso por qué? Digamos que es mi manera de escribir. Todos los escritores encuentran su método Claro, ¿pero por qué con “Conversación en La Catedral”? Probablemente porque ahí no tenía un personaje, una anécdota a partir de la cual arranca la novela, la idea que tenía que ver era con una experiencia generacional, la dictadura de Odría. Lo que fue ser niño cuando esta empezaba y ser un hombre cuando terminaba. Para mí, eso significó entrar a una universidad donde había muchos profesores exiliados, estudiantes en las cárceles o en el exilio. Estudiar en una universidad como San Marcos era vivir una inseguridad total. No sabías si el compañero de tu costado era un soplón enviado por Esparza Zañartu porque la universidad estaba impregnada de soplones. Era un país donde no había política, esta se convirtió en una mala palabra y todos los partidos estaban prohibidos por la ley de seguridad interior. Era vivir en la mentira porque no sabías qué ocurría, los periódicos estaban censurados o se autocensuraban, un mundo donde la única actividad política posible era la clandestina. Se vivía en una sociedad muy corrompida. La corrupción la olías pero no se podía denunciar o combatir abiertamente. No han cambiado mucho las cosas… No, sí han cambiado. Hay democracias corrompidas pero una dictadura es una corrupción integral. Eso era lo que quería escribir, una novela que contara desde fuera cómo un país que vive en una situación política determinada produce una corrupción que contamina las actividades más alejadas de la política; la relación entre padres e hijos, la relación amorosa de una pareja, la vida profesional. Bueno, eso se ha vivido en la época de Fujimori. Fueron 10 años de una dictadura mucho más sutil, más moderna que la de Odría pero infinitamente más corrupta. Entonces empezar a escribir eso era enfrentarse a una especie de hormiguero donde había muchísimos personajes de distintas clases sociales, de distintos medios, de distintas actividades, mentalidades, culturas. Andaba medio perdido, escribía episodios, conectaba algunos, de pronto me quedaban grandes lagunas, grandes blancos. Y al mismo tiempo me fascinaba tanto el proyecto, estaba tan excitado con la idea de poder llegar a controlar esa enorme maquinaria que era la historia que trabajé con muchísimo entusiasmo, pero durante una buena parte fue a ciegas. ¿Esto le produce angustia? Me produce angustia y al mismo tiempo una gran excitación, que es lo que te estimula y te lleva a seguir. Para mí lo que es fascinante —y eso me ha ocurrido desde que escribí mi primera historia— es cómo al principio es una operación tan fría, algo que sientes muy distante, que vas contando con un lenguaje muerto y después poco a poco, con la disciplina, con la perseverancia, con la terquedad, de pronto empiezas a sentirte llevado por la historia. Esta ya ha comenzado a generar sus propias fuerzas, su dinámica. Hay cosas que tienes que respetar, ya no puedes decidir arbitrariamente que los personajes hagan ciertas cosas, sientes que ahí hay alguna resistencia. Para mí es la parte más emocionante porque tienes la sensación de haber producido un simulacro de vida. Y lo has conseguido utilizando palabras, excluyendo otras, organizando el tiempo, los puntos de vista, ocultando ciertas cosas, o más bien distrayendo al lector para poder hacer que pasen ciertas cosas que normalmente el lector rechazaría. Crear ese simulacro de vida que es una novela me produce una gran satisfacción. También le da un gran poder Es un poder muy solitario, frente a un papel, ja… Luego, el reconocimiento… Sí, pero la satisfacción mayor es secreta. Creo que en la soledad en que te sumerges para crear pasas momentos muy difíciles, pero al mismo tiempo son de una sorpresa, de una satisfacción íntima que no se compara a ningún tipo de reconocimiento. Onetti dice: “Habías ganado una batalla secreta”. Creo que es muy exacto, los franceses llaman a la creación “la lucha con el ángel”. Bueno, pues es eso, es una especie de lucha contra alguien invisible que quiere que fracases, que te pone trampas, que te desmoraliza y al mismo tiempo tú te enfrentas y resistes, te empecinas en hacerlo. Y de pronto, en un momento dado, eso fluye, empieza a salir. Para llegar a ese momento estás constantemente emprendiendo nuevos proyectos, que es lo que te mantiene en actividad. ¿Los peruanos son fabuladores o más bien chismosos? Los limeños son chismosos; el chisme es una pasión limeña. No olvides que Lima fue capital del virreinato y ese tipo de sociedad genera la chismografía, ja. Está profundamente arraigada en el alma limeña. Nosotros hemos creado un género literario que es chismográfico: las tradiciones de Ricardo Palma. Son chismografía pura, pequeñas anécdotas que transgreden la intimidad de las familias, de los medios, de los conventos. Con eso se burla un poco y satisface el morbo secreto, lo cual es muy limeño. SOBRE LA CULTURA Y LA HUACHAFERÍA “En el Perú la élite es inculta, es muy mal educada” ¿La cultura en el Perú tiene un nivel “regularón”? Hay que hacer distinciones. Individualmente el Perú tiene creadores magníficos de muy alto nivel y eso me parece estupendo. Ahora, si se piensa en cultura como en un contexto social, está restringida a una minoría muy pequeña, es un privilegio. En el Perú, salvo Lima y dos o tres ciudades, prácticamente no hay librerías. ¿Observa un menosprecio al quehacer cultural? Menosprecio no, lo que hay es ignorancia. En el Perú la élite es bastante inculta, mucho más que la de otros países latinoamericanos. Es una élite muy mal educada. Ha sido educada a ganar dinero, pero no se le ha enseñado a gozar de la cultura. Es una élite económica que no tiene ni la pasión, ni el gusto, ni el esnobismo de la cultura. ¿Dónde tiene arraigo esta? En la clase media, sobre todo en la más modesta que ve en la cultura un instrumento de ascenso social. En ese sector es de donde salen los mejores pintores, escritores, músicos. Es un público que ve con interés la cultura, a veces con pasión, es el Perú que lee, que llena el teatro, por ejemplo. ¿Ha cambiado o enriquecido su concepto de la huachafería? La huachafería está muy viva, no ha perdido su vigencia (ríe). Forma parte de nuestra cultura ¿Le ve nuevas aristas? Sí, claro. La huachafería evoluciona. Hombre, un huachafo hoy día no se parece al huachafo de hace 30 años. Hoy día, con la globalización, el mundo ha entrado a formar parte de la huachafería peruana también, ¿no? ¿Un ejemplo? Mi ejemplo va a ser malo, no va a llegar a la riqueza de la realidad huachafa del Perú. Pero si insistes te diré que las bermudas. ¿Tú has visto a los hombres con bermudas? En todas partes del mundo las llevan en verano No, pero en el Perú eso tiene una connotación muy especial, ja, ja. Son los jóvenes, los viejos, los pobres y los ricos. ¡Todos se ponen bermudas! Es una huachafería monumental. Es que yo creo que la huachafería acaba con las distinciones sociales, es una especie de cultura común que comparten pobres y ricos, provincianos y capitalinos, aunque hay variantes regionales. La huachafería arequipeña es distinta a la trujillana, por ejemplo. Pero los peruanos se reconocen y se identifican en ella y crean una unidad nacional en un país que es tan diverso por tantas cosas. La manera de hablar, ja, ja, la sensiblería huachafa, por ejemplo. Bueno es un tema que podría dar para una larga conversación (ríe). Mañana Lea la segunda parte de esta entrevista al escritor.

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