

Pueden los policías contar las historias que quieran siguiendo un libreto o no, lo grave es que el 95 % de los medios de comunicación de todos los colores le presten gran atención.
Los seres humanos tenemos una fantasía extraordinaria, inventamos a personajes como Adán y Eva, el cielo de ángeles, el infierno de demonios, Papá Noel, Manco Cápac y Mamá Occllo. Desde tiempos prehispánicos los quechuas inventaron a los pishtacos o nakaqs como degolladores y extractores de grasa humana. En esa ficción, grasa es un símbolo de algún recurso económico cuya apropiación por “extranjeros” crea serios problemas y reacciones en contra.
En contextos distintos y siempre renovados, los pishtacos reaparecen de tiempo en tiempo, hasta hay madres que los nombran para asustar a sus hijos si no toman la sopa. Los pishtacos de la ficción han pasado de los Andes a la Amazonía, inmediatamente después de la rebelión de Bagua. ¿Simple coincidencia? Por la enorme atención mediática al informe policial, los amazónicos en general son presentados ahora como degolladores y traficantes de grasa humana; antes, como narcotraficantes, terroristas y perros del hortelano.
Con excepción de unos pocos columnistas, los medios despliegan páginas y horas para hablar de los que matan y sacan la grasa y no se les ocurre preguntar por los empresarios italianos y sus consumidores de lujo que serían grandes criminales si la historia contada por el general de policía tuviese algo de verdad.
Pasará el tiempo, los medios olvidarán el tema, y en el inconsciente colectivo de las clases altas, las capas medias y los llamados sectores populares, se anidará la ecuación amazónico= narcotraficante, terrorista, perro del hortelano, pishtaco. En otras palabras, más gasolina para apagar el fuego. Esperemos lo que digan y hagan los amazónicos sobre esta historia, ahora que, felizmente son ya dueños de sus voces.
La Primera
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