En julio se cumplen 100 años del nacimiento de Marshall McLuhan, el visionario que acuñó la frase “el medio es el mensaje” para explicar que la tecnología no es neutral.
Por: Víctor J Krebs*
Marshall McLuhan, profesor universitario canadiense que en la década de los sesenta se convirtió en el primer intelectual mediático y ahora es proclamado universalmente como un visionario de esta era de los medios, fue también el primero en hacernos ver que la tecnología no es algo neutral que ingresa en nuestro mundo como un mero instrumento externo a nosotros. Es, más bien, una extensión de nuestra propia naturaleza, que la transforma.
En su estilo enigmático acuñó la frase “el medio es el mensaje” para cristalizar en esas cinco palabras su intuición revolucionaria y profética de que la tecnología –y en particular los nuevos medios– reconfiguran radicalmente la escala y proporciones que definen nuestra forma de vida. La invención de la rueda, por ejemplo (luego el ferrocarril, el automóvil y, finalmente, el avión), cambia radicalmente nuestra percepción de las distancias y, así, nuestra relación con el espacio. Y hoy, con la invención de la Internet (y la vida virtual que esta ha implantado), está cambiando no solo nuestra experiencia sino nuestro concepto mismo del tiempo.
Hoy en día vivimos, en todas las dimensiones de nuestra existencia, lo que significa esa reestructuración por los medios que anunciaba McLuhan. Saturados por la proliferación de información digital, por ejemplo, comienza a degradarse nuestra memoria de manera alarmante, mientras que va creciendo geométricamente, por el otro lado, la capacidad de nuestras memorias externas o discos duros. Bombardeados por más y más estímulos, los síndromes de déficit de atención e hiperactividad que hoy aquejan a la mayoría de la población, la prisa compulsiva que nos posee en nuestra vida frenética o el tedio que nos embarga cuando (por el ocasional apagón eléctrico) de pronto las cosas detienen su desmesurado pulso, todos son ejemplos de cómo nuestras tecnologías están transformándolo todo, hasta nuestro propio cuerpo.
El medio es, efectivamente, el mensaje
Es natural que frente a cambios tan radicales como los que están ocurriendo, la primera reacción sea la de la alarma y la resistencia. Nicholas Carr, un antiguo editor de “Harvard Business Review”, por ejemplo, en un artículo reciente sobre su uso constante de la Internet, observa preocupado que su forma de pensar está cambiando, su mente acostumbrándose a recoger información en un flujo continuo de elementos en rápido movimiento de la misma manera, y al mismo ritmo, en que la distribuye la red. “Una vez fui un buzo en las profundidades del mar de palabras”, se lamenta, “hoy simplemente me desplazo sobre la superficie como alguien sobre esquíes acuáticos”.
El escritor peruano Alonso Cueto, también con la misma sensación y en relación a la experiencia del Facebook, acusa que la nuestra es ya “una cultura que vive bajo el imperio del presente. Ni la carga del pasado ni la responsabilidad del futuro, que son tiempos densos, pueden interrumpir el contacto fugaz del Facebook. Esta es la esencia del Facebook y del culto moderno”. Acostumbrado a pensar con la secuencialidad de la imprenta, por lo menos desde la modernidad, el hombre occidental ha identificado lo racional con el pensamiento lógico. Ello explica nuestra resistencia a los cambios que estamos presenciando, pues desde la perspectiva alfabética o escribal, desde la que los estamos mirando, es imposible encontrarles validación. Pero poco a poco en muchos aspectos y campos de la vida y cultura contemporánea, el antiguo orden va perdiendo su vigencia y legitimidad sin que podamos hacer nada para detenerlo.
Como lo presagió McLuhan, esta reconfiguración de nuestra conciencia es inevitable debido a la tecnologización de nuestra cultura.
Independientemente de cómo estemos inclinados a valorarlos, estos cambios parecieran estar instaurando una nueva lógica en la que, según los lingüistas Eduardo Zapata y Juan Biondi, se insertan más fácilmente las culturas más orales, como la nuestra. Y es que el mundo virtual nos reubica en un espacio de interacción comunal más cercano a la tradición oral que a la mentalidad escribal del hombre moderno y, en última instancia, mucho más afín a nuestro temperamento más corporal, más emocional y sensual.
No debería sorprendernos, entonces, que en los países latinoamericanos haya habido un incremento del 900% en el número de usuarios de la red en la última década. A pesar de ello, nuestra cultura cibernética local, por lo menos a nivel colectivo, es aún incipiente y nuestro manejo de la técnica es aún meramente instrumental. Por eso mismo la educación de nuestras jóvenes generaciones debe regirse por una comprensión cabal de la importancia constitutiva de los medios. Como extensiones que son de nuestra propia naturaleza, están forjando –al igual que entonces con la prensa de Gutenberg– una nueva identidad y una nueva conciencia que bien podrían ser los heraldos de un nuevo renacimiento.
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