jueves, 18 de diciembre de 2008

SER ANIMAL O SER HUMANO. UN PROBLEMA POR RESOLVER

Por las ramas de la justicia ESLABONES PERDIDOS. LA FRONTERA QUE SEPARA LO ANIMAL DE LO HUMANO ES BASTANTE MÁS DIFUSA Y ESTRECHA DE LO QUE SE SUELE PENSAR. SE OLVIDA EL VÍNCULO QUE UNE INSTINTOS, FORMAS DE VIDA EN COMUNIDAD Y VALORES TAN ALTOS COMO LA JUSTICIA. Por Roberto G. Maclean Ugarteche Compartimos con los chimpancés 98,5% de nuestros genes. En secuencia evolutiva, nos pisan los talones. De los últimos 23 millones de años, recién nos diferenciamos de ellos hace siete. No hemos sido tampoco los únicos humanos --otros desaparecieron en el camino-- y los de hoy no son los mismos de hace un millón de años. Cuando Louis Leakey encontró los restos del australopiteco, auspició a una joven inglesa para que se animara a estudiar el comportamiento grupal de una manada de chimpancés, en su ambiente natural, para comprender mejor cómo pudo haber vivido ese antecesor nuestro. Los estudios de Jane Goodall aclararon este panorama y nos han acercado a quiénes somos por debajo de nuestra actual piel. Poco después, Francis Crick y James Watson, descubrieron la estructura del ADN, lo que les valió el premio Nobel. Este hallazgo permitió entender más profundamente el desarrollo de nuestra conducta y entender quiénes somos. Instinto y cultura El hecho de conocer nuestra historia genética y animal nos lleva a aceptar que estamos sometidos y limitados por nuestros sentidos. No hay una brizna de realidad, vida o mundo que no ingrese a nuestra conciencia sino por esa vía estrecha, limitada y continuamente interferida por factores externos sobre los que no tenemos control, como defectos orgánicos, deficiencias al administrar percepciones, dificultades para expresarlas, y la autoeducación para actuar con coherencia durante todo este proceso largo, invisible y silencioso. A lo largo de la historia física de cada individuo, comunidad y especie, que acumulan millones de millones de percepciones limitadas e interferidas de mil maneras, todos desarrollamos formas singulares de administrar percepciones sensoriales.
Y de un grupo homogéneo de estas percepciones, administradas interiormente, surgieron las ideas, los conceptos, el juicio y el raciocinio organizado. Estas ideas, conceptos y juicios no son sino la organización del puro instinto animal para sobrevivir, porque en cada experiencia hay un acto de creación para que esta no sea lo que nos pasa sino lo que decidimos hacer con cualquier cosa que nos pase.
Y por eso vale la pena mencionar a la doctora Goodall cuyas observaciones rescatan dos diferencias principales entre nosotros y los chimpancés: el lenguaje articulado y la estabilidad emocional madurada en sentimientos, de los cuales el que llamamos amor define nuestra condición humana. Opciones y desafíos Paralela a esa organización interior de nuestras percepciones, iniciamos una organización hacia afuera, al tener nuestro instinto que tomar continuamente decisiones para enfrentar los desafíos y dilemas que presenta la naturaleza. De allí la necesidad de establecer prioridades, individuales y de grupo para organizar nuestra conducta. Manadas, bandadas, car-dúmenes o grupos humanos se agrupan siempre para sobrevivir cambios de clima y geografías, en busca de comida, pareja, sosiego para proteger a las crías y para protegerse de especies predadoras.
De la necesidad de este orden prioritario para sobrevivir brotaron también las primeras versiones rústicas, en mitos y leyendas, del bien y del mal, la autoridad primitiva en los grupos de un o una Alpha. También brotó la agricultura y los consiguientes cambios en las formas de vida que desarrollaron conductas habituales que, al arraigarse, formaron culturas.
Todas nacieron de la organización de perplejidades ante enigmas como el sufrimiento, la muerte y la inmensidad sin fondo del firmamento nocturno, los que tradujeron a idiomas, ritos, arte rupestre y también a la justicia y las leyes, que no son sino otras formas de expresar el instinto, los intereses y el mismo orden de prioridades que, en grupos mayores y complejos, debe mantener siempre el mismo flujo natural en contacto inmediato con los sentidos corporales. Pero, ante distracciones y olvidos culturales que groseramente deformaron este orden, alguien tuvo que recordarles que el ser humano no fue hecho para servir a las leyes sino las leyes para servir al ser humano.
Y para mantener vigente esta memoria de instintos e intereses, en tiempos industriales, se tuvo que desbrozarla de nuevo para aclarar que estos instintos e intereses deben ser traducidos no por alguna autoridad, sino solo por la opinión pública a la que justicia y leyes deben servir, no muy lejos de la vida grupal de chimpancés, los que no han tenido esclavos ni se han matado entre ellos, como hemos hecho nosotros. Y no me extiendo más para no irme por las ramas.

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