

Esta educadora considera que los jóvenes deberían gastar menos tiempo con esos aparatos y más tiempo leyendo periódicos y conectados con la gente. Nueve de los 22 estudiantes que formaron parte del experimento confesaron que la ansiedad por los aparatos electrónicos fue tan intensa que tuvieron que sucumbir a la tentación. Al llegar al séptimo día de abstinencia electrónica, los jóvenes se abalanzaron a sus aparatos como si se tratase de un vaso de agua en la mitad del desierto. A los estudiantes se les solicitó que realizaran un diario y que contaran sus diferentes experiencias. Algunos jóvenes relataron que descubrieron que tenían “hermanos y hermanas pequeñas” y otros entablaron conversaciones sobre temas de actualidad y política con sus familiares. También hubo los que se decantaron por disciplinas alternativas como pilates o los que leyeron su primer libro del año. Algunos descubrieron sonidos de animales que nunca antes había escuchado. Por su parte, la maestra observó una increíble mejora en las tareas de los estudiantes. El Comercio
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