domingo, 20 de septiembre de 2009

♣!OH EDUCACIÓN! !OH ESCUELA! COSAS QUE NO ME DICES O ME LO DICES DIFERENTE

Diferente a lo dicho en la escuela Por: Paulo Coelho Escritor He leído en estos días el ensayo “Américo”, escrito en 1942 por Stefan Zweig, escritor austríaco de origen judío que se refugió en Brasil durante la Segunda Guerra Mundial. En este pequeño libro, Zweig parte de una pregunta muy sencilla que aprendemos a responder en el colegio: ¿Por qué se llama América el continente en el que nací? Nuestros profesores nos enseñaron que todo se debe a una carta de Américo Vespucio. Pero la cosa se complica cuando se intenta entender la importancia de Vespucio en esta historia: una carta, por muy bien elaborada que esté, no justifica semejante honra. Lo lógico habría sido que el continente se llamase Colombia, ya que todos sabemos que quien lo descubrió (o mejor, redescubrió, pues los vikingos y los fenicios ya habían pasado antes por aquí) fue el genovés Cristóbal Colón financiado por los soberanos españoles. Al intentar entender por qué las cosas se dieron de esta manera, Zweig va descubriendo una enorme maraña de malentendidos que hicieron posible la inmortalidad de Américo Vespucio. ¿Qué fue lo que sucedió exactamente? Vespucio realizó tres viajes al nuevo continente entre 1499 y 1502, y a partir de cada uno de ellos elaboró un escrito para relatar sus experiencias. No obstante, una de estas cartas, titulada Nuevo Mundo, fue uno de los mayores “best sellers” de su época. La recién nacida imprenta de tipos móviles se encargó de divulgar las novedades por toda Europa (libre de derechos de autor, dígase de paso). Y ciertos geógrafos de la pequeña ciudad de Saint Dié, en Francia, fueron los primeros que dibujaron las costas de este nuevo mundo, y le dieron el nombre de América usando el nombre del autor de la carta como posible descubridor del nuevo continente. En una Europa feudal, que había salido derrotada de las Cruzadas, la promesa de un nuevo mundo tuvo el efecto de una bomba: un milagro, una oportunidad que se daba a la gente de poder volver a soñar dirigiendo la mirada al sol poniente, sabiendo que el mundo aún reservaba un tesoro, al otro lado de las aguas, para aquellos que tuviesen el valor de superar sus propios límites. La inmortalidad de Américo Vespucio, por tratarse de una de las mayores consagraciones que han honrado a un hombre a lo largo de la historia de la humanidad, tuvo también su lado oscuro. Como era de esperar, una vez bautizado el nuevo continente, comenzó a propagarse que Vespucio había “robado” la gloria que le correspondía a Colón. Se decía incluso que no era más que un charlatán que había difundido conscientemente una mentira. Se daba inicio, de esta manera, a una especie de duelo académico entre Colón y Vespucio que se prolongaría dos siglos. Vespucio pasaba de descubridor a villano, hasta que alrededor del 1700 se descubrió la correspondencia entre ambos viajeros, que demuestra que los dos se encontraban completamente al margen de la polémica que otros generaron. Leyendo el texto de Zweig, me pregunto: ¿Cuántas veces nos vemos arrastrados a situaciones que no buscamos, que acaban siendo imposibles de controlar y que solo resultan esclarecidas después de que dejamos este mundo? (c) Traducción del portugués: Diego Chozas Ruiz. Para El Comercio.

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