Hace algunos años sucedió otro caso parecido aunque no se trataba de una pareja sino de madre e hija: me refiero al mentado caso de Giuliana Llamoja. El suceso se hizo público de inmediato y con gran escándalo porque el tema del uxoricidio siempre es absolutamente morboso. Las cuchilladas inventadas por la prensa crecían a medida que la polvareda cobraba ribetes edípicos: se trató de echar cierta culpa psicológica al padre, a las relaciones desiguales, a las veleidades de la victimaria. Lamentablemente las consecuencias en este caso fueron fatales y, por eso mismo, no habrá posibilidad de escuchar a la víctima dando su propia versión. Pero al parecer también se trató de un géiser de frustración continua debido al acoso moral de la madre: un chorro de emociones que salió convertido en una mortal cuchillada para mala suerte de ambas mujeres.
Me pregunto ante estas dos situaciones: ¿qué sucede cuando una mujer empuña un arma?, ¿la violencia empodera a la mujer?, ¿en qué medida hacer uso de la agresión física directa permite que esos sujetos, totalmente avasallados por sus acosadores, adquieran una mínima posibilidad de adquirir cierta “agencia” aunque esta haya sido totalmente desastrosa?, ¿son estas victimarias también víctimas de estas relaciones perversas que se mantienen por decoro o por miedo?
Hay algunas personas que ante la creciente y tenaz situación de sentirse humilladas, ninguneadas, explotadas, y simbólicamente agredidas –como esa maldita gota que segundo a segundo, en su insoportable persistencia, orada una piedra– revientan con un acto de violencia hacia el agresor: hay otras (habemos otras) que ante tanto y tanto avasallamiento no podemos sino reventar hacia adentro: la cuchillada clavada en la propia piel. A veces un suicidio es una puesta en carne propia de aquella cuchillada que no se quiso poner en el cuerpo del marido, de la madre, del violador. Una sociedad sana debe dar cabida a pensar en estas frustraciones y, sobre todo, asegurar protección a estas víctimas-victimarias
sábado, 19 de septiembre de 2009
♣ SOCIEDAD VIOLENTA, CUCHILLADAS DE MUJER Y CONGRESISTAS VENIDOS A MENOS
Las cosas que suceden en el mundo y particularmente en el Perú, sobre todo tipo de violencia no sólo de género, sino también delincuencial y política, incluida las invasiones militares del imperio, forman parte de la crisis estructural del capitalismo, que, tal parece, ya nada lo para. HAY QUE PREPARARSE PARA COSAS PEORES.
Cuchilladas
Por Rocío Silva Santisteban
A veces un suicidio es una puesta en carne propia de aquella cuchillada que no se quiso poner en el cuerpo del marido, de la madre, del violador.
La semana que acaba de pasar una noticia que “parecía privada” fue hecha pública debido al rol de uno de los implicados: se trata del acuchillamiento del congresista Ricardo Pando por su esposa Milagros Morales. Debido a la increíble impopularidad de los congresistas y a la historia anterior del caso (acoso de todo tipo) el público en general se ha solidarizado con la atacante: “Pobrecita, eso lo hizo por desesperada” es lo que se ha escuchado en los programas radiales de micrófono abierto.
Me sorprende mucho esta percepción del público: después de tantos años de trabajo sobre estos temas, y aún siendo la violencia de género muy fuerte en la sociedad, ha calado la idea de que las mujeres que reciben violencia física y psicológica continua pueden tener este tipo de salidas, totalmente injustificables, pero explicables a la sazón de antecedentes de maltrato a todo nivel. El caso de Milagros Morales es como el de muchas esposas y madres que incluso han asistido a espacios de apoyo jurídico y psicológico pero que, por una serie de ideas-fuerza sobre la preponderancia de la familia ante la salud psíquica de ellas mismas, prefieren “sacrificarse” por los hijos y seguir manteniendo una relación de por sí imposible. Por supuesto esta situación no hace sino agravar la violencia durante la convivencia y los niveles de frustración que, finalmente como un géiser, salen a flote a través de un arma blanca.
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